viernes, 5 de febrero de 2010

La generación perdida

Publicado en la revista savanah en Diciembre de 2008.

La irrupción de la heroína en los años ochenta supuso un drama social de enorme envergadura, llegando a alcanzar -el número de afectados- cifras de epidemia y atrapando, también en Canarias, a muchos jóvenes que caminaban despistados, ignorando al monstruo que se reía mostrando sus dientes de acero.

Con la Democracia y las consiguientes libertades, los jóvenes empezaron a disfrutar de forma más intensa del tiempo de ocio. Era el momento de hacer cosas que no habían podido hacer los de las generaciones precedentes. Pululaba, por aquel entonces, una concepción mística de la droga asociada, muchas veces, a movimientos culturales juveniles como el hippismo, el rock, lo underground, la contracultura, el pasotismo, la transgresión…donde el consumo se veía como algo sugerente, atractivo.

Este fue el caso de “la caída en el jaco” de muchos músicos, gentes de las artes, intelectuales… aunque en la mayoría de los casos el consumo de esta sustancia, más que de gentes próximas a la cultura o la contracultura, se dio en personas cercanas a la marginalidad o de barrios obreros, pero de todo hubo.

La juventud de los años de la Transición se caracterizó, entre otras cosas, por su postura abierta y propensa hacia el consumo de drogas, ayudado esto por la total desinformación, aún no se había creado el primer plan nacional sobre drogas.

En los parques, en los conciertos, en las fiestas…empezaron a ser habituales los canutos (de hachish o marihuana), los compuestos anfetamínicos que todavía se vendían en las farmacias y los ácidos lisérgicos. El consumo de drogas empezó a instaurarse en los hábitos de ocio de la juventud. En esa época todavía no se veía la típica postal del “yonqui” sucio, con mal aspecto, pidiendo dinero para su próxima dosis. Los jóvenes de aquellos tiempos no crecieron viendo espectros humanos por las calles, no existían precedentes de enganchados.

En pocos años la ciudad se empezó a llenar de seres esqueléticos, sucios y envejecidos, que pedían dinero desesperadamente, vendían klínex, limpiaban cristales en los semáforos, se inyectaban en las cabinas o en los pasadizos apartados y, cuando les entraba el mono, atracaban; bien mediante tirones o con jeringa en mano, si hacía falta, a aquel que se le pusiera por delante. Esto causó una alarma social sin precedentes en la sociedad española.

A parte de lo que observé desde niño por las calles de Triana, barrio tranquilo pero próximo a otros en los que esta sustancia hizo estragos, como San Nicolás o El Polvorín…entré en contacto de forma más directa con esta realidad cuando empecé a trabajar como voluntario en el departamento jurídico de una asociación de ayuda a la toxicomanía, situada en una de las zonas más afectados por este drama. Se trataba del barrio de San José, de gentes trabajadoras, ubicado en la parte superior del barrio fundacional de Vegueta.

La asociación estaba muy cerca de la casa del que había sido el más conocido traficante de heroína de Canarias, “el Waka”. Personaje muy nombrado en noticiarios isleños y citado, incluso, en uno de los temas de rock más conocidos de Canarias, “la prisión provincial” del grupo Los Coquillos. Allí pude observar como los supervivientes de aquellos años intentaban ganarle el pulso a la parca, presente en sus vidas desde hacía mucho tiempo, pues como dijera el escritor Leopoldo María Panero (primero junto con su amigo Eduardo Haro Ibars en dedicar varios poemas en castellano a la heroína) “la trágica pantomima del suicidio es lo que en pocas palabras formula la heroína”.

En aquel lugar me planteé, muchas veces, que hubiera sido de mí si hubiera nacido quince años antes en ese barrio… probablemente yo también hubiera sido un heroinómano y, acto seguido, un escalofrío me recorría el cuerpo. Mi paso por aquella asociación aumentó mi sensibilidad hacia los afectados por aquella situación, de la que nunca se habló en el colegio más que para demonizar al adicto y presentarlo como un ser despreciable, un mal bicho que ni la vida merecía.
También conocí a hombres de cuarenta y tantos años que en sus tiempos mozos habían tocado en grupos musicales, habían hecho programas de radio, les gustaba el surf…en fin, muchas de las cosas que yo me dedico a mostrar en la revista que dirijo. Y no me quedó más remedio que preguntarles, oliéndome la respuesta, por qué habían dejado de hacer esas cosas, recibiendo una contestación fulminante: “la puta droga”.

A finales de los noventa se produjo un descenso importante en el consumo de heroína, parecía que la juventud tenía claro lo que se jugaba con la dichosa sustancia. Las campañas informativas, las muertes, el ejemplo constante de los destructores efectos por las calles… caló hondo en la sociedad y la epidemia parecía haber remitido. Mi sorpresa fue enorme cuando hace unos meses, en la contraportada del periódico, observé una noticia sobre el aumento en el consumo de heroína en Europa, como si el tiempo hubiera hecho olvidar el drama. Se aludía a la posibilidad de que la crisis mundial llevara a mucha gente, de nuevo, hacia ese abismo. Entonces, intenté buscar lo que podría mantener a la gente alejada de aquello. Y observé que en las pasiones de muchos, se encuentra la mejor salida a la droga. Me convencí de que, si se ama a la vida, no se puede querer a la heroína.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Chaval gran artículo. Yo te conocí en San José. Gracias a tu ayuda y a la de muchos he vuelto a amar la vida. No es un tema marginal, ni localizado en ciertos barrios. Es una gran mentira, que utilizamos para disfrazar la realidad. Yo he vuelto.
Suerte y felicidades por tu aportación.

Jorge Cosío dijo...

¡Me alegro de que hayas salido! Ahora mismo no sé quien eres, fueron tantas las personas que ví por allí...y los que he conocido en esas circunstancias... Si te apetece puedes dejarme un mensaje privado y decirme quién eres o contarme tu historia.
No quise decir que fuera un tema marginal, ni propio, ni eclusivo, de ciertas zonas; lo que sí creo es que afectó especialmente a los jóvenes de barrios obreros con pocos recursos...pero está claro que no fueron los únicos, he conocido casos de todo tipo.
Muchas gracias por tu comentario.

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