viernes, 8 de enero de 2010

La juventud, la noche, las copas...

Publicado en la revista savanah en Septiembre de 2008

El primer recuerdo que tengo acerca de las noches de marcha en Las Palmas de Gran Canaria es cuando iba a comer los domingos por la mañana a casa de mi abuela, en la calle Mariana Pineda, en la zona del Puerto.

Era la época de mayor intensidad nocturna en aquellas calles, emblema del despertar juvenil nocturno en los años ochenta, y el paisaje lo dejaba bastante claro. Ríos de meadas que había que sortear debido a su gran caudal estancado, soltaban un insoportable olor exaltado por los rayos solares.

Vasos de tubo en las aceras, en los huecos de las ventanas, encima de los coches…con varios niveles de bebida- muchos con cucarachas ahogadas en su interior- evidenciaban lo que había sucedido unas horas antes. A ésto, se sumaban botellas vacías-algunas rotas en mil pedazos-bolsas, cientos de colillas, cartones… algún joven despistado caminaba perdido, dando tumbos, mostrando la peor cara de la noche que ya había terminado.

Cuando esto sucedía, yo era un niño al que todavía le faltaban unos cuantos años para empezar a salir por las noches, pero quedé fascinado por la romántica decadencia que observaba y por las siguientes palabras que escuchaba a los mayores: “¡Ay! la juventud, la noche, las copas”, que no hacían sino introducir aún más misterio a aquella postal.

En España, la costumbre de beber en la calle, tal y como la conocemos hoy en día, arrancó con la Democracia, momento en el cual la juventud empezó a conquistar nuevos espacios, produciéndose un despiste por parte de los vigilantes de la moral pública, que tardaron unos veinte años en reprimir esta práctica.

Después el botellón se generalizó y se intensificó. En los años noventa este fenómeno llegó a su cénit. En Las Palmas hubo botellones memorables como los del Parque Romano, Las Alcaravaneras, el Parque Blanco… Cientos de jóvenes, como yo, comenzaron a salir por las noches repitiendo un ritual; quedar en algún supermercado, gasolinerea o 24 horas, comprar una o varias botellas de alcohol, refrescos, vasos de plástico, hielo…y acudir a la zona señalada; en las que no sólo se bebía y fumaba, sino que se hacían amistades, se charlaba, reía y también se ligaba.

Por esta razón, no es de extrañar, que muchos conserven un grato recuerdo del botellón, inmortalizado magistralmente en las ilustraciones de “ceesepe”, icono de la movida madrileña. -movimiento que tuvo su máxima expresión en la noche y en el espacio público como lugar en el que se hacía visible la juventud-.

Hoy suelo recordar, con los colegas, las ventajas que suponía beber en la calle, sobre todo cuando al pedir un cubata me quedo asombrado por lo que me cobran, noto que la bebida está adulterada y el calor del local me resulta insoportable. Más en una ciudad como Las Palmas de Gran Canaria, en la que se puede pasar horas en la calle en cualquier época del año.

Pero es importante, también, advertir de los daños que la noche entraña. La mayoría de los jóvenes suelen estar advertidos sobre los peligros de la droga en general, pero poco se suele comentar acerca del alcohol, principal droga de consumo y abuso entre los jóvenes y verdadera droga puente.

Aparte de los comentarios básicos de no beber con el estómago vacío, procurar no mezclar las bebidas, beber despacio y siendo consciente en todo momento de la cantidad de alcohol que se ingiere…siempre llegaba el momento en el que uno recibía el golpe de Baco y caía, sin remedio, en los abismos de la intoxicación etílica. Era el momento, también, del espectáculo lamentable, intolerable para muchos, en el que se vomitaba tirado en cualquier parte mientras alguna persona de mayor edad comentaba: ¡Ay! la juventud, la noche, las copas.

Mucho se ha hecho para hacer desaparecer los botellones en la mayoría de las ciudades españolas, esto ha producido cambios importantes en los ambientes nocturnos. En la mayoría de los casos, se ha ganado en tranquilidad y los vecinos de las zonas de marcha han podido al fin descansar. Pero muchos parques y callejones han perdido el murmullo atroz de la noche, el aullido de las jaurías de jóvenes, el grito de la juventud que se esfuma entre cubatas. Innecesario y molesto para muchos, pero tan arraigado ya, que hacerlo desaparecer ha sido como dejar huérfana a la noche.

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