lunes, 15 de marzo de 2010

Espera, espera...que ya verás

Publicado en la revista Savanah en Noviembre de 2009

Esperar, a veces, merece la pena. Es lo que muchos pensamos cuando nos van mal las cosas o cuando nos encontramos en situaciones complicadas como la que ahora nos ha tocado vivir con la actual crisis, que ha hecho que los jóvenes veamos cada vez más difícil la correcta emancipación.

En estos casos la mejor aliada es, sin duda, la esperanza. El pan del alma. Y mientras, hay que entregarse a fondo a la diversión, actividad inherente a la juventud, que irremediablemente parece desvanecerse cuando empezamos a trabajar de forma continua. Sobre todo cuando el trabajo que hacemos no nos gusta. En ese momento, el único reducto de diversión, y por tanto de juventud, que nos queda, es el fin de semana. Ahí pretendemos volvernos jóvenes por la cara, sin ser conscientes de que hemos cambiado de jeta ¡Y no veas el cambio! ¡Por habernos equivocado! ¡El mundo no es lo que creíamos! ¡Y se acabó!

Pero la diversión resulta imposible cuando no se tiene trabajo y por tanto dinero. Por lo que es fundamental trabajar para poder divertirse-vaya perogrullada pensarán-. Pero yo, que he sido un poco Perogrullo, tardé un poco en darme cuenta de esto.

¿Por qué resulta tan complicado trabajar en algo que realmente te guste? Quizás porque vives en Las Palmas de Gran Canaria, tienes aspiraciones en el mundo de las letras, el periodismo cultural, la creatividad... y las posibilidades de triunfar en el mundo de la cultura o el arte aquí, son prácticamente nulas. Podrías llegar a vivir de esto, y ser uno de esos artistas a mano de Instituciones o miembro de alguna empresa productora. Pero no lograrás expandirte como en una ciudad importante en el circuito de capitales culturales, donde tu obra, tus creaciones, pueden llegar a un público más numeroso.

Siempre se ha dicho que Canarias es tierra de artistas, algo que no pongo en duda, pero se nos olvida añadir que muchos son, con todos mis respetos, frustrados, al no lograr colocar su obra en los mercados internacionales. Centrándose el resto de sus días en un mediocre insularismo. Exceptuando artistas como Felo Monzón o Juán Millares, que reflejando y abordando, casi exclusivamente, el ámbito isleño, lograron desarrollar una obra excepcional. Este insularismo, debería dar paso al más internacional, y también plenamente canario, atlanticismo, que sin perder la conciencia de nuestra situación en el continente Africano, coloca sus miras en Europa y América, continentes que tampoco nos son, del todo, ajenos.

No se debería quedar ahí la cosa. Por qué no luchar por conseguir lo que realmente se quiere. Y cuando uno crea que ha llegado el momento, marcharse como igualmente hicieron muchos canarios que han destacado en el mundo de la cultura: Pérez Galdós, Manuel Millares, Armas Marcelo… El problema surge cuando ya no hay marcha atrás, te has metido en la rueda y tienes que pagar un montón de letras de hipotecas (casa, coche…) que te impiden abandonar tu miserable trabajo. Te jodiste. Y si tienes hijos, no te digo. Además, puede que sea demasiado tarde para aprender a hacer cosas que nunca has hecho. En ese caso, empieza la cuenta atrás.

Son esos casos de jóvenes de veintiocho o treinta años que están más quemados de la vida que el yonqui de la esquina, eso sí, con su carrera, trabajo estable, y su consiguiente estatus social, pero muertos en vida, al no poder, a pesar de su juventud, dedicarse a lo que realmente les apasiona. Muy triste.

En el colegio parecen marcarte una pauta errónea en este sentido, y es la de diferenciar como departamentos totalmente estancos el trabajo, la diversión, la vida. “Primero es el deber y luego el placer”, solía escuchar. “Pero porqué carajo no me podré dedicar a un deber más placentero”- solía pensar. Rebelde con causa. Por eso desde que tuve la oportunidad, opté por quedarme fuera de clases, en las calles y alrededores del barrio de Vegueta, donde solía practicar una de mis principales aficiones, pasear-canutos aparte-.

Y acudía a los museos y bibliotecas de la zona; el CAAM, Museo Canario, Casa de Colón…luego sacaba unos libros en La Biblioteca Pública de Las Ranas, donde leía unas cuantas revistas, y acudía a algún parque de la zona para empezar a leer aquellos libros. Viviendo plenamente la vida. Aquel mundo, con dieciséis o diecisiete años, se me presentaba totalmente nuevo, intenso, por descubrir…y me entregué en cuerpo y alma a la vida en la frontera-fuera de horarios y deberes-, pero con un deseo continuo de aprender y formarme. Parques, playa, asaderos, acampadas, marchitas, apartamentos con piscinas, Carnavales…todo el año en Carnavales. Pero también me acabé aburriendo de todo aquello, no era precisamente un niño rico, por lo que aquello tenía que llegar a su fin. Vivía gracias a mis padres y yo quería ser libre. Por lo que a mí también se me quedó cara de tonto, el mundo no era lo que creía.

Esta vida sin preocupaciones tuvo duras consecuencias: fracaso académico, imposibilidad de trabajar en algo que no fuera de camarero, y el inevitable bajón que produce la desilusión y frustación de ver que no se cumplen tus metas. Por lo que decidí crear mi propio proyecto de cultura joven en esta ciudad. Disculpen por la frecuencia con que repito este proyecto en los artículos que aquí suelo publicar, pero es que ese ha sido por ahora mi mayor logro y mi principal fuente de alegría, diversión, trabajo y vida.

Gracias a él conozco a la gente que me interesa, aprendo aspectos del mundo periodístico y editorial, me formo profesionalmente aunque no académicamente. Y cuando voy a hacer alguna entrevista, voy con una alegría inusual en alguien que está trabajando, voy pensando en que ojalá algún día me pueda dedicar plenamente a esto. Bueno, plenamente ya lo hago, pero no puedo vivir aún de ello.

Creo que la actual tendencia de alargar la juventud, aunque se corra el riesgo de convertirse en un ridículo Peter Pan, viene bien para pasar más tiempo dedicado a la diversión -sin duda, una excelente opción-. Y para alargar, también, el periodo de formación, aunque no sea académica, que te permite seguir abriendo libros, revistas, cómics… Para llegar a la edad adulta con la lección bien aprendida, sin que nos invada en ningún momento la terrible sensación de haber perdido parte de nuestra alegre juventud. Que más se puede pedir.

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